Opinión

A LA IZQUIERDA

El juego de la sucesión presidencial

Aunque algunos ven con claridad que la consentida tiene allanado el camino, otros insisten en que no: el (des)tapado es otro tabasqueño que cada día aumenta su protagonismo. 

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El pasado fin de semana inició el juego de la sucesión presidencial. Es a todas luces desigual, enmarcado en la arbitrariedad, y cuenta con cuatro jugadores con diferentes papeles: la consentida, el (des)tapado, el (auto)engañado y el excluido. 

El papel de Claudia Sheinbaum es tan evidente que parece reiterativo describirlo. Desde el poder se ha hecho todo lo posible para cobijarla. Fotografías, mítines, operadores electorales —funcionarios y dirigentes del partido— y espacios propagandísticos están puestos a su servicio. Además, todos sus tropiezos han sido justificados y resueltos: no importa cuánto fracasen, ella o su equipo, la culpa siempre es de alguien más. En tanto, la consentida se ha dedicado a ir a mítines los fines de semana, a reunirse con influencers cuatroteístas y a convertirse lentamente en una copia forzada de Andrés Manuel: come tacos, da discursos lentos con alguna frase tipo “frijol con gorgojo”, y viaja en el metro. De la Claudia Sheinbaum de 2018 queda poco o nada, pero en su juego no le hace falta. 

Adán López es el (des)tapado. Es el principal operador político del presidente y además es su paisano. En el mitin de Toluca fue de los que tuvo más propaganda personalizada y dijo una frase, que ha sido repetida hasta el cansancio por las cuentas oficiales del partido, en la que deja entrever que en Palacio Nacional lo tienen todo calculado (¿para él?): “los tiempos del señor son perfectos. Todo llega a su tiempo”. Aunque algunos ven con claridad que la consentida tiene allanado el camino, otros insisten en que no: el (des)tapado es otro tabasqueño que cada día aumenta su protagonismo. 

Marcelo Ebrard es el (auto)engañado. Su equipo y él se han convencido de que el mejor camino para llegar a la presidencia es unirse al coro de aduladores. Recientemente se ha puesto chaleco y gorro guinda, y ha empezado a usar, aunque con un tono más fluido, frases de López Obrador. Pero con ello, en realidad se ha ido enredando: ha perdido un poco de su frescura, mientras se adentra en terrenos que claramente no domina y en el que otros están más cómodos. En el mitin de Toluca fue orillado a aceptar las reglas de la arbitrariedad y se limitó a decir: “la unidad se construye con piso parejo”. Sólo que el juego se trata de muchas cosas, pero no de que todos tienen las mismas posibilidades de ganar. 

Ricardo Monreal es el excluido. Por Morena no parece tener oportunidad, a menos que se resigne a ocupar un lugar secundario y a soportar el maltrato de los sermoneros del partido. Algo que, a diferencia de Marcelo Ebrard, no parece aceptar: su límite, dice, es la dignidad. Algunos piensan que juega para buscar un premio de consolación que apunta hacia la Ciudad de México. Pero, a diferencia de los demás jugadores, Monreal siempre ha sido un excluido que ha jugado a ganar. Puede ser que lo intente por fuera del partido, aunque insiste que seguirá aunque no lo inviten a los desayunos. El asunto es que en nuestra historia ha habido varias oposiciones cismáticas, pero ninguna alcanzó la presidencia. 

¿Quien ganará?