En el corazón de Yucatán, abril no solo anuncia la llegada de los días más cálidos, también marca el inicio de un ciclo fundamental para las comunidades mayas: la preparación de la tierra para la siembra del maíz. Este grano, que ha sido la base de la alimentación y de la identidad de los pueblos originarios por milenios, sigue teniendo un papel central en la vida rural y cultural del estado.
La milpa, sistema agrícola ancestral que combina el cultivo de maíz con frijol, calabaza, chile y otras plantas, representa mucho más que una técnica de cultivo: es una forma de vida.
En ella se concentran conocimientos heredados por generaciones, prácticas sostenibles, y una visión del mundo donde la naturaleza y el ser humano conviven en equilibrio.
El maíz: alimento, símbolo y espíritu
Para la cultura maya, el maíz no es solo un alimento: es origen. Según el Popol Vuh, los primeros hombres fueron creados a partir de masa de maíz, lo que refuerza la creencia de que los seres humanos y el maíz están hechos de la misma esencia.
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Esta cosmovisión sigue viva en muchas comunidades de Yucatán, donde cada ciclo agrícola es acompañado de rituales que piden permiso a la tierra y agradecen al cielo por la lluvia.
Durante abril, las familias campesinas comienzan a limpiar los terrenos y prepararlos para la siembra que se lleva a cabo a finales de mayo o inicios de junio, una vez que comienzan las primeras lluvias. Esta etapa del año es conocida como k’áax k’uchul, es decir, “la milpa llega”, y está marcada por una intensa actividad comunitaria que refuerza los lazos entre vecinos y parientes.
El maíz también está presente en la gastronomía diaria del yucateco: tortillas, tamales, atole, panuchos y antojitos tradicionales parten de la misma base milenaria. En muchos hogares del interior del estado, aún se elaboran a mano las tortillas con masa nixtamalizada, resultado directo de la cosecha del maíz.
En los últimos años, organizaciones campesinas y defensoras del patrimonio alimentario han promovido la conservación de las semillas criollas de maíz, frente a la amenaza de los cultivos transgénicos y la pérdida de biodiversidad. Estas semillas no solo representan resistencia genética, sino también cultural.
El mes del maíz es, por tanto, una oportunidad para recordar que detrás de cada tortilla hay una historia profunda, una ceremonia, una relación ancestral con la tierra. En Yucatán, el maíz no es solo parte del pasado: sigue siendo presente y futuro.