El día de ayer el futbolista del Real Madrid, Vinícius Júnior, publicó un video en su cuenta de Instagram en el que se ve la cantidad de insultos racistas que ha recibido durante el torneo de Liga: “negro, mono, macaco, cómete una banana”. Ha ocurrido dentro del estadio, pero también en otras partes, pues en el video pueden verse consignas en la vía pública y aficionados que afuera de la cancha gritan al unísono: “Vinícius, eres un mono. Vinícus, eres un mono”.
Los insultos racistas no son nuevos en el futbol, deporte que, por cierto, tiene dentro de sus características esenciales la capacidad de dar una salida institucional y regulada a los impulsos violentos de nuestras sociedades. Es un juego que simula un combate entre grupos antagónicos en el que se permite cierto contacto físico, muchas ofensas informales, pero todas ellas inician y terminan en el terreno de juego —de ahí que se diga que lo que ocurre en la cancha, se queda en la cancha—.
A su vez, es un deporte que tiende al igualitarismo por su capacidad de inclusión, tanto de raza como de clase. Ahí está por ejemplo la selección de Francia que, en medio de una sociedad conservadora y muy religiosa, ha sido campeona del mundo con jugadores de familias inmigrantes, en su mayoría africanas. O el caso de Hugo Sánchez, quien cuando llegó a España le gritaban “indio, lárgate de aquí”, y cuando regresó a México terminó ovacionado por un país que fue obligado por sus actuaciones a reconocerlo como el mejor.
Sin embargo, los insultos que recibe Vinícius Júnior tienen un agravante mayor, propio de nuestro tiempo, que ha superado incluso a la institucionalidad “lúdica” de la violencia del juego. La condena hacia el mensaje de odio no apela a todo el público que consume futbol, pues éste no es uniforme, sino que está divido entre los diferentes públicos en los que están sumergidos nuestras sociedades.
En nuestro tiempo se ha perdido la intención —y en algunos casos la franca posibilidad— de instaurar valores universales que regulen las relaciones sociales. Los valores que rigen a un público no son los mismos que los que rigen a otro; para uno el racismo está mal, pero para otro es completamente justificable y encuentra con facilidad un lugar en donde sus ideas hagan eco e incluso se exalten. Pasa en todo el mundo y con diversos temas como la “ideología de género” o con las consignas políticas que le desean la muerte a otra persona o grupo por no coincidir con alguien más. Quizás el que describió esta idea con mayor claridad fue el mismo Donald Trump cuando dijo “podría disparar a gente en la Quinta avenida y no perdería votos”.
Por eso, cuando el presidente de la Liga, Javier Tebas Medrano, le responde a Vinícius Junior acusándolo de calumniar a la Liga e invitándolo a no dejarse manipular, está siendo transparente; no le importa el público al que apela Vinícius, le importa otro que está presente en todos los estadios, en toda España, y que está convencido que no importa lo que diga nadie más; está bien gritarle “mono” a un jugador rebelde que se tira al menor contacto.
A muchos nuevos públicos no los regula nada, salvo el odio. Y nadie sabe qué hacer al respecto.