Opinión

A LA IZQUIERDA

Autoridad

Nuestro gobierno ha perdido la autoridad, está atrapado en sus pasiones.Se castiga en desmedida a quien se considera incómodo y se premia mucho a quien se desvive en alabanzas, aunque fracase consistentemente.

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Según Mauricio Pilatowsky, la palabra autoridad tiene dos orígenes complementarios: en la tradición hebrea quiere decir asumir responsabilidad; mientras que en su significado indoeuropeo refiere a la virtud de producir cambios. Así, podríamos decir que aquél que tiene autoridad es quien asume la responsabilidad de transformar. Quizás por eso, los filósofos clásicos pensaban que para tener autoridad sobre los demás había que gobernarse a sí mismo: sólo quien controlaba sus pasiones era capaz de conducir responsablemente los cambios en su persona, la familia o la polis. 

Y es que para transformar hay que decidir correctamente, más en política, pues las repercusiones afectan a un gran número de personas. El oficio político no es nada simple, hay que tomar decisiones equilibrando las aspiraciones personales y el beneficio colectivo; compitiendo contra el tiempo, la aleatoriedad de la coyuntura, la fortuna y los adversarios. Todo esto corriendo siempre el riesgo de nunca controlar plenamente las consecuencias de las acciones. Por eso, quien hace política con vocación, tiene poco margen para permitir que los demonios en torno a todo poder, la soberbia, los placeres, la ira, etcétera, nublen su juicio. 

Nuestro gobierno ha perdido la autoridad, está atrapado en sus pasiones. Se castiga en desmedida a quien se considera incómodo y se premia mucho a quien se desvive en alabanzas, aunque fracase consistentemente. En algunos puestos claves, se prioriza la amistad y la cercanía sobre las capacidades, no técnicas, sino políticas. El enojo de un día puede durar una semana y es alimentado por todos los que están más preocupados por la política palaciega, que por encontrar soluciones a las crisis y las necesidades del país.

Nadie se hace responsable de nada. Los malos resultados electorales se deben a los traidores y a los votantes aspiracionistas; la mala política parlamentaria, también. Los que tomaron las decisiones principales viven las consecuencias descansando en Puerto Escondido, mientras otros dan discursos desangelados y fingen manifestaciones en su apoyo. Al final no importa, para ellos la transformación es un membrete que sirve para satisfacer sus ambiciones personales, no un régimen que debe consolidarse con trabajo, orden y un programa bien definido. 

El oficio político ha quedado supeditado a la comunicación. La mañanera, que en un principio era una estrategia para controlar la agenda mediática mientras se trabajaba en lo importante, ahora es un lugar autocomplaciente en el que se habla sólo para un público, se amedrenta a los adversarios y se enaltece a los bien portados. En tanto, el reclamo democrático ha sido acaparado por los que disfrutan presumir el poder, y reducido a la movilización electoral. Como si la conquista o el mantenimiento del poder fuera un fin en sí mismo y no un camino para mejorar la vida de las personas. 

A poco más de dos años de que termine el sexenio, urge que el gobierno recupere la autoridad: que se gobierne a sí mismo y asuma la responsabilidad de decidir correctamente para transformar las cosas.