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El fin de las barras

Lo ocurrido en Querétaro no debe quedar en el olvido, las barras deben desaparecer porque propician violencia y arruinaron el ambiente familiar que antes era ocupado por padres, madres e hijos.

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Muchas veces se habló de la radicalización de las barras de animación mexicanas, que se estaba a poca distancia de la violencia que se ha vivido en Sudamérica con el pretexto y dentro del entorno de un partido de futbol. A México llegaron estos grupos de animación como una copia del ambiente que se propiciaba en los estadios de la región sur del continente americano, pero sin la intención de que se replicaran también los comportamientos violentos; no se puede culpar a nadie por importar, también, la marginación en la que se enfrentan los individuos que conforman una barra brava; la marginación de educación, civilidad, la escases laboral y en general la precariedad de humanidad con que acusan estos personajes, que, cobijados en la multitud son cobardes y siempre tienen como objetivo de su agresión a alguien más débil, ya sea una mujer, un anciano, un niño. 

Lo ocurrido en Querétaro no debe quedar en el olvido, no cabe debajo de ningún cobertor, tapete o alfombra; ningún manto es lo suficientemente grande para tapar la barbarie con la que unos cuantos actuaron, perjudicando a bastantes más. Sin amor ni respeto a nada, ni a su club, que será el más afectado por las acciones violentas de personas con muy pocas condiciones humanas para caminar por la calle o asistir a un estadio. Nada justifica la violencia en contra de familias que fueron a ver un partido de futbol; ni la situación social, ni la playera de futbol. Fueron unos cuantos los que perdieron la razón, realmente pocos los que trasgredieron todos los límites del civismo y respeto al prójimo, siempre cobijados por el anonimato de la multitud, quién sabe si solos se atreverían a tanto. 

La violencia en los estadios es un mal que se puede observar en casi todo el futbol; en Inglaterra los Hooligans, fueron el terror de Europa en los años 80, coincide con una gran crisis económica que vivió Gran Bretaña y en la que el futbol fue utilizado como válvula de escape; en España los Ultras, generalmente ligados a grupos políticos de extrema derecha y en Sudamérica las barras bravas que esconden, en cánticos y bengalas, amenazas de muerte, substancias prohibidas, armas y agresión que más de una vez ha sido capitalizada políticamente como grupos de choque en contra de protestas políticas de la ciudadanía. La mayoría de estos ejemplos coinciden en un condiciones económicas y políticas en sus países que rayan en el autoritarismo. Desde México veíamos muy lejos estas características de marginación y represión, pero parece que están más cerca de lo que creímos.

El más castigado, y el menos culpable, es el deporte; el futbol que tanto gusta por ser sencillo de comprender y de accionar; una disciplina que llega a todos los rincones del planeta, que se juega con un balón redondo como la misma Tierra. A partir de los hechos en La Corregidora, la jornada dominical se suspendió y no se sabe cuándo reanude el torneo mexicano; si hay Jornada 10, esta se jugara sin barras de animación de ningún equipo visitante y, lo mejor sería, no volver a dar entrada a estos grupos que, aunque no todos son participes de la misma violencia, sí comparten muchas características con los bárbaros queretanos.

Las barras deben desaparecer, llegaron a ocupar violentamente espacios en los estadios que anteriormente eran ocupados por familias; padres y madres e hijos, parejas de enamorados y afición en general que quiere apreciar un partido de futbol en el graderío sin tener que estar saltando, cantando, preocupándose que no le avienten algo, simplemente observando el futbol. Desafortunadamente, nadie que compre un boleto y pretenda disfrutar del partido sentado, puede hacerlo en el territorio o zona de gradas, tomado por las barras de animación; el aficionado común fue despojado de su derecho de ver un partido de futbol en el vivo. Las barras deben desaparecer, para poder devolver el ambiente familiar, libre de acoso y violencia que eran los estadios del futbol mexicano.