Cuando el Imperio Británico decidió abandonar el subcontinente indio en 1947, dejó atrás una de las particiones más traumáticas de la historia moderna. India y Pakistán nacieron como países hermanos, pero divididos por la religión: India se mantuvo como un Estado de mayoría hindú, mientras que Pakistán fue concebido como el hogar de los musulmanes del sur de Asia.
La división provocó una catástrofe humanitaria: más de un millón de personas murieron y entre 10 y 15 millones fueron desplazadas en una de las migraciones más caóticas y violentas del siglo XX. Este trauma sembró una enemistad profunda desde el principio.
Pero el conflicto no era solo religioso. Uno de los puntos más álgidos fue el control de Cachemira, una región de mayoría musulmana que quedó bajo dominio indio. Desde entonces, han estallado tres guerras directas (1947, 1965 y 1971), una guerra no oficial en Kargil en 1999, y decenas de escaramuzas fronterizas.
La carrera nuclear que tensó aún más la cuerda
India y Pakistán no solo se han enfrentado con armas convencionales. Ambos países desarrollaron arsenales nucleares: India realizó su primera prueba en 1974, mientras que Pakistán respondió en 1998. Desde entonces, la tensión escaló a niveles globales.
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Este hecho transformó la rivalidad regional en una amenaza internacional. Hoy, cualquier conflicto entre ambos no solo involucra a Asia, sino al equilibrio mundial. La guerra en dicha región, encarnada por estos dos vecinos hostiles, es uno de los focos de mayor atención para la comunidad internacional.
¿Y Bangladesh? El hijo no deseado del conflicto
Pocos recuerdan que Pakistán no siempre fue un solo país. Al independizarse, estaba formado por dos regiones separadas por más de mil kilómetros de territorio indio: Pakistán Occidental (el actual Pakistán) y Pakistán Oriental (hoy Bangladesh).
Aunque ambos compartían la religión musulmana, cultural y lingüísticamente eran muy diferentes. Pakistán Occidental dominaba el poder político y económico, mientras que el Este sufría discriminación, pobreza y represión.
En 1970, un partido político de Pakistán Oriental ganó las elecciones nacionales, pero el gobierno central se negó a reconocer su victoria. Esto provocó un levantamiento independentista y una brutal represión militar. La situación llevó a una guerra total.
India, que ya veía con recelo a su vecino, intervino militarmente en 1971 a favor de los separatistas. La guerra terminó con la creación de Bangladesh, marcando una de las derrotas más humillantes para los pakistaníes y reconfigurando el mapa político de Asia.
Una herida abierta en la geopolítica asiática
Hoy, la disputa entre India y Pakistán sigue viva. Las tensiones por Cachemira se mantienen, los incidentes fronterizos continúan, y la desconfianza mutua es casi institucional. A esto se suma la amenaza del terrorismo y los conflictos religiosos internos en ambos países.
Aunque existen tratados y canales diplomáticos, el conflicto permanece como uno de los más persistentes y volátiles de la guerra en Asia. Y lo peor: ningún gobierno parece estar dispuesto a ceder. Hoy la tensión mundial no solo está en Ucrania o Israel, ya también en la India y Pakistán.