Hace un mes, Yaretzi Adriana Fragoso, Aranza de la Cruz, Anabel Ruiz y Juana González abordaron la Línea 3 del Metro en Ciudad de México para trasladarse por la capital. Una de ellas perdió la vida en el choque de trenes entre las estaciones La Raza y Potrero. Sus padres y otras víctimas sobreviven hoy entre las heridas del accidente, las secuelas psicológicas y la lucha por un apoyo óptimo del gobierno.
En los últimos cuatro años, el Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro reportó entre 600 y más de 900 fallas de trenes en las 12 líneas, varias de ellas con víctimas mortales.
Los sobrevivientes de la Línea 3 y 12 presentan síntomas intensos de Estrés Post Traumático, un trastorno que se presenta en aquellas personas que vivieron un evento de alto impacto. Sin embargo, acusan que las autoridades les ofrecen un apoyo psicológico de entre tres semanas y unos cuantos meses.
“Lo mínimo, muy mínimo, para atender ese tipo de casos es entre 4 y 6 meses de terapia”, señaló el psicólogo y maestro en Medicina Conductual Alexis Solís, quien recalcó que se ha demostrado que el 60 por ciento de las víctimas de un accidente en transporte presentarán Trastorno de Estrés Post Traumático (TEPT)
Las pesadillas, los recuerdos intrusivos, sobresalto, problemas en el sueño, evasión de pensamientos, sentimientos y lugares son solo algunos de los síntomas que el colapso en Olivos y el choque en Línea 3 dejaron en los sobrevivientes.
“Despertar y saber que tu hija ya no está”
Los padres de la artista Yaretzi Adriana Hernández Fragoso caminaron con girasoles en Reforma para honrar la memoria de su hija, víctima mortal del choque de trenes en la Línea 3.
Las autoridades atribuyeron el accidente a un robo de cables y negligencia del conductor del tren, algo que ellos y su abogado, Christopher Estupiñan, consideran un cierre prematuro del caso, sin atención y violando sus derechos humanos.
Adriana viajaba con su mejor amiga Aranza a una clase el día del accidente. Jóvenes despiertas, apasionadas y con emoción de dedicarse a lo que aman.
A un mes del accidente, Aranza volvió a la escuela con fuertes lesiones en la pierna, la cadera y la cabeza, sin su amiga y con secuelas que la persiguen todos los días.
“Tuvo un ataque de pánico”, contó su madre en conferencia de prensa. “Ya no puedo”, le decía, pues la marca del accidente sigue pese a las 3 semanas de terapia que el gobierno le ofreció.
“Ahora me da miedo la oscuridad porque me acuerdo del túnel”, relató Aranza. “Recuerdo las imágenes, de repente recuerdo el olor a quemado, tengo la sensación de estar oliendo ese polvo”.
Las secuelas no se han ido ni para ella, ni para los padres de Yaretzi Adriana, César Hernández y Luz María Fragoso.
“Nosotros hemos perdido a nuestra hija”, dijo Hernández en entrevista con Grupo Fórmula. “Estaba surgiendo a la vida con 18 años llena de proyectos, llena de ilusiones, excelente muchacha. No lo digo sólo por ser su papá, sino porque mi hija definitivamente era un ser humano excepcional”.
Ninguno duerme bien desde el choque. El daño emocional es inmenso para ellos, pero también para la hermana menor de Adriana, quien no ha podido volver a la escuela.
Solís señala que ellos como víctimas indirectas sufren un trauma vicario. “Hay gente que sin haber vivido un evento traumático, pero el simple hecho de enterarse o tener alguien cercano, les genera un trauma y genera estrés postraumático”, explicó.
Para la madre de Adriana el daño en su hija menor es una de las partes más dolorosas.
“Ella sólo tiene 16 años”, señala. “Despertar y y saber que no vas a ver a tu hija es muy duro”.
Violencia institucional: un modus operandi
Juana González pasó casi dos semanas sin atención y con la cara paralizada tras un mal seguimiento médico después del choque en Línea 3.
“La adrenalina era tan grande en ese momento que yo no sentía dolor ni molestias”, explicó, pues pudo salir por su cuenta y llegar al Hospital Magdalena de las Salinas apenas con un dolor de cuello.
Ya en el lugar las cosas empeoraron. Tras unos Rayos X, comenzó a tener problemas para levantarse. “Ya no me podía mover bien, me costaba trabajo hasta respirar”, relató.
El personal médico le dio un collarín, recetas, unos días de incapacidad y la lesionó en dos ocasiones. Los días pasaron y sufrió una parálisis facial que no atendieron. Al ratificar su declaración con la Fiscalía, 12 días después del accidente, el médico legista le indicó que debería haber sido canalizada a neurología.
Juana llegó a las citas por su cuenta por falta de un enlace del gobierno y con síntomas de TEPT. Las pesadillas, el temor a ruidos fuertes y la desesperación de haber pasado de ser independiente a pedir ayuda hasta para bañarse la afecta a diario
Además, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (Ceavi) la maltrató junto con su abogado, Cristopher Estupiñán, algo que el psicólogo Solís señaló que sólo intensifica la revictimización.
“Las víctimas directas no sólo están viviendo el trauma, sino la violencia institucional”, comentó. Sobre todo con una versión oficial que apunta a un sabotaje en el transporte público, más que a una falla en el sistema.
“Entonces no fue un tren que falló; es hay alguien que nos quiere hacer daño”, dijo. “Se vuelve una extensión de paranoia, en cualquier momento nos puede pasar a cualquiera”.
El abogado denunció un modus operandi del gobierno en CDMX para la atención a víctimas de las Líneas 12 y 3 en tres fases:
(Uno) Hacer un conteo de daños para evitar que trascienda el hecho, (Dos) Ceavi y otras áreas de gobierno se unen como enlaces que "acordonan a las personas para limitar su rango de acción" y obtener las firmas del pago del seguro y (Tres) diluir los apoyos y dejar de contestar el teléfono.
"Es una violación sistemática a los derechos humanos", señaló Estupiñán, quien hoy sigue en busca de que los apoyos para heridos de la Línea 12 se mantengan.
Anabel Ruiz, por otro lado, es una enfermera de pacientes geriátricos de 36 años. Viajaba en el mismo vagón de Aranza y Yaretzi el día del choque. A un mes del accidente usa collarín, le cuesta mantenerse de pie y su trabajo se detuvo por completo.
“¿Cómo voy a cuidar a alguien, si ellos dependen de mí en todos los sentidos? Y ahora va a ser como que quién va a cuidar a quién”, señaló. “Yo lo que trabajo es lo que gano”
En el accidente, la enfermera se golpeó en la cabeza y las extremidades. Los médicos le diagnosticaron contusión en la pierna, sinusitis y afectación en el nervio tálmico con midriasis de 4 milímetros.
Además perdió sensibilidad en el lado derecho del cuerpo. Los estudios que le ofrece el gobierno son limitados y sin seguridad de una recuperación al 100 por ciento.
Los rastros psicológicos del accidente se traducen en pesadillas, nerviosismo e imposibilidad de estar sin su esposo. Eso, junto con la reciente muerte de su padre.
“Yo también tengo una vida, compromisos y todo eso. Estoy en stand-by. No sé qué va a pasar”, apuntó la víctima del choque de trenes de la Línea 3 del Metro.
Promesas fallidas del Metro: ni casa ni escuela después de firmar
Aunque hace décadas la estación Oceanía anidó las primeras 31 muertes del Sistema de Transporte Colectivo (STC), la pesadilla constante del Metro comenzó en la Línea 12, el 3 de mayo de 2021.
Han pasado casi 3 años del colapso en el tramo elevado. Las puertas enrejadas del Metro Olivos reciben a los usuarios con 26 cruces blancas que honran a las víctimas.
Una de ellas tiene escrito Jesús Baños García, el nombre de padre de familia de 27 años que regresaba de trabajar en una fábrica de plásticos el día del colapso.
Guadalupe Rodríguez Reynoso intentó llegar al lugar del accidente cuando sus cuñados le confirmaron que su esposo estaba entre los heridos. La contactaron con la policía para conseguir informes.
“No le doy ni buenas ni malas noticias”, le dijo un agente. “Iba en muy mal estado”.
Jesús Baños murió en el hospital tras dos paros cardíacos. Llevaba 5 meses separado de Guadalupe, pero tenían planes de recuperar su relación.
Su hija ya tiene 8 años, juega con sus gatos Trapazo y Moteadito, mientras su madre cuenta cómo el gobierno incumplió varias promesas que le hizo como el pago de una escuela privada para la menor, que de otra forma no hubiera escogido.
“Ellos fueron a hablar a la escuela”, dijo Guadalupe. “En uno de los papeles que nos dio a firmar Ceavi (Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas de la CDMX) está que se otorgaron ciertas becas, pero no dice a quiénes, ni cuántas, ni qué tiempo iban a durar”.
El apoyo se prometió de palabra “hasta que la niña terminara” sus estudios, pero duró un sólo ciclo escolar. El pago del departamento en el que vive, lo mismo, otra promesa más sin concretar.
A casi tres años del colapso, Guadalupe superó las pesadillas y el pavor de pasar por el lugar del accidente, pero se le entrecorta la voz al hablar de la muerte de su esposo.
“Casi todo el primer mes mi niña se enojaba mucho y después lloraba”, recordó. “En muchas ocasiones era el ¿por qué pasó?¿Por qué mi papá?”.
Su hija no sube a ninguna Línea del Metro y ella sólo viaja cuando es absolutamente necesario. “No me da miedo, es tristeza, no sé, impotencia”, dijo. Ni hablar de la Línea 12, no sabe si alguna de volverá a pisar.
Mientras la familia Baños solventaba sus secuelas, las autoridades difuminaron sus apoyos y promesas tras firmar dos acuerdos. Al final, Guadalupe recibió gastos funerarios, atención psicológica muy temporal, un apoyo laboral e indemnización para solventar la falta de su esposo de por vida.